Macizo, absorto, napoleónico, Mao dominaba la escena desde la cubierta de un barco, en el punto donde las aguas del Yan-tse se arremolinan frente a la negra ciudad industrial de Wu Han; cerca de ahí, en medio de una mancha verde, se oculta el retiro favorito del Emperador rojo.
Vestido de una salida de baño ornada con elegantes dibujos de la fauna y la mitología chinas, saludó lentamente un asombroso espectáculo de revista acuática, 5.000 atletas que nadaban en apretadas filas, un vasto cardúmen de arenques humanos que enarbolaba sentenciosos carteles de papel, uno de los cuales advertía: "¡Los imperialistas están molestando a China de tal modo que China tiene que tratarlos duramente!" Un grupo de 200 escolares se las arreglaba para nadar y cantar al mismo tiempo: "Somos los sucesores de la causa comunista".
El acto se cerró con un número especial: su protagonista fue el mismo Mao. "Caminó firmemente por la planchada —relataría Radio Pekín—, y después de sumergir su cuerpo en el agua, estiró los brazos y nadó con vigorosas brazadas..." "Por momentos —añadía el locutor, con la debida reverencia— nadó de costado; luego flotó y contempló el cielo."
Al día siguiente, cuando llegó a sus 700 millones de súbditos la noticia de que Mao (73 años) había nadado un total de 13,5 kilómetros, desmintiendo así todo rumor deprimente acerca de su salud, los 700 millones hallaron que esa noticia "vigorizaba el corazón de todos" y "les aportaba una inmensa inspiración".
El mundo exterior la recibió con reacciones diversas, desde el divertido asombro de Pravda, de Moscú (según el cual Mao habría reducido a la mitad el record mundial de las 100 yardas), hasta el escepticismo del Daily Mirror, de Londres (cuya aviesa sospecha es que el nadador fue "mantenido a flote por inescrutables hombres ranas"). Una magna conmoción estremeció a las oficinas diplomáticas ocupadas en mantener información sobre China comunista.
Utilidad del fanatismo
No era una zambullida ordinaria: llegaba en un momento en que no sólo se cuestiona la salud de Mao Tse-tung; la misma China se debate en una convulsión interna que sus propios servicios de propaganda refieren con lujo de detalles.
La "purga" comenzó hace un semestre en el Ejército, que fue sometido sin miramientos a la hegemonía del Partido; en una segunda etapa, Ejército y Partido golpearon juntos a "la intelectualidad podrida"; y ahora el Partido se depura a si mismo: una suave, una benéfica luz desciende a todos los niveles de su jerarquía y llega hasta el último campesino, en el rincón más recóndito del inmenso territorio. Por lo que se sabe, es una operación incruenta. Quienes la dirigen le han puesto el curioso título de "La Gran Revolución Cultural Proletaria"; millares de intelectuales —educadores y propagandistas— han quedado a la vera del camino.
Ya ha sido barrida una galaxia menor de antiguos líderes comunistas: Peng Chen, jefe de la organización partidaria en Pekín, fue, a menudo, calificado vocero chino ante la prensa capitalista; el jefe del Estado Mayor del Ejército de Liberación, Lo Jui-ching, quien sirvió durante años como Ministro de Seguridad Pública y tuvo a su cargo la expulsión de descontentos después de la campaña de 1957 ("que florezcan cien flores, un ciento de Escuelas de Pensamiento satisfecho"); el Ministro de Cultura y jefe de propaganda, Lu Ting-yi; el zar literario Kuo Mo-jo, y varios escuadrones de funcionarios.
¿Por qué? ¿Quién dirige este movimiento? ¿Qué augurios contiene para la política doméstica y mundial? Estas son las tres preguntas que se formulan desde el principio los chinólogos occidentales.
La explicación más difundida es que se trata de una dramática lucha para determinar quién tomará el poder cuando el heredero elegido por Mao, el Presidente de la República Liu Shao-shi (68 años) desaparezca también de la escena. Los hechos se precipitaron, al parecer, porque Mao está realmente enfermo: se le adjudica el mal de Parkinson, una afección debilitante que puede ser tratada con drogas y durar indefinidamente; el estado físico del paciente empeora mes a mes, pero su mente permanece sin daños.
Si ésa es la verdad, asombra que este anciano, fumador empedernido, pudiera nadar por espacio de 1 hora y 15 minutos.
También parece establecido que la lucha por el poder afectaría a los cuatro hombres que siguen a Mao en la cumbre jerárquica del comunismo chino: el teórico Liu Shao-shi, que lo sustituyó en 1959 como Jefe del Estado; el Primer Ministro Chou En-lai (67 años), brillante, suave y flexible, a quien unos describen como "temible táctico" y otros suponen desempeñando un mero papel decorativo; el ascético Mariscal Lin Piao (58 años), único con derecho a tratar con Mao sobre cuestiones de estrategia, aunque no sobre filosofía, y el secretario general del Partido, Teng Hsiao-ping (64 años), combativo hombrecito que puede ser considerado una especie de eminencia gris.
Para algunos observadores, Mao mantiene desde el principio de la crisis el mando del Partido y el control de la "purga"; según otros, en cambio, deja hacer con la misma extraña indiferencia que usó recientemente (en una entrevista con Edgar Snow) para admitir que más adelante "tal vez la juventud china se volverá contra nosotros". Ya abrigado en una anticipada inmortalidad, ella —según esta tesis— lo protege de eventuales ambiciones: sus íntimos no podrían soñar sino con una sucesión colegiada.
Un instante de grandeza
En cuanto a los objetivos de esta imponente ofensiva, el primero es, sin duda, eliminar de raíz toda oposición, trátese de la impaciente promoción de Peng Chen o de verdaderas diferencias políticas, caso repetido con muchos líderes que no estiman realista la lucha de Mao contra el Kremlin, la cual priva a la industria y al Ejército chinos de equipo moderno y adecuado. Pero, más precisamente, se desearía corregir una pérdida de impulso revolucionario, preservar la pureza doctrinal, suscitar el fanatismo de las masas chinas como medio de resolver los catastróficos problemas de su patria.
Después de 17 años de régimen comunista, China sufre de una abrumadora fatiga emocional y física. Aun los líderes nombrados recientemente para reemplazar a los caídos, pertenecen a la misma generación cansada de comunistas veteranos que cuarenta años atrás lo dejaron todo para seguir a Mao. En ella, la muerte ha comenzado a causar estragos. Y se puede temer que la nueva generación dejará de creer en los slogans del Partido, que opondrá una actitud cínica a las creencias marxistas de sus mayores. Según su confesión (a Snow), ese hecho no preocupa a Mao: el recuerdo de un instante de grandeza ya no se alejará de la memoria china; quizá pasen algunos siglos, pero un día surgirán nuevos líderes que continuarán la Revolución. Esto no implica que él, mientras viva, no hará lo que sea necesario para alimentar la mística nacional.
A pesar de sus notables éxitos en algunos terrenos, incluso la creación de un arsenal atómico, la economía china no se ha desarrollado bastante para impulsar a la nación en la segunda mitad del siglo XX. Pudo ir más lejos, pero con ayuda exterior; Mao y sus camaradas prefieren, quizá, una derrota temporaria; su confianza en el futuro de China es sencillamente religiosa.
Su país está mucho más aislado que el resto del mosaico comunista —excluida Albania, su satélite europeo— en un mundo que cambia vertiginosamente. China no puede seguir este ritmo; para ella, la eternidad.
Ningún percance de su política exterior procura la menor duda a Mao y a quienes lo rodean; con la caída del argelino Ben Bella, culminó, hace un año, a sustracción de toda África a la influencia amarilla; en los últimos meses, el aniquilamiento físico del comunismo Indonesio dejó en evidencia la soledad de China en su propio continente; acosado por la necesidad económica, el altanero Fidel Castro debió aprender a disimular sus simpatías por Pekín. Lo que Mao trata de hacer es superar este catálogo de desastres con lo que es, literariamente, un acto de voluntad.
Milagros del maoísmo
El maoísmo es ese acto de voluntad precisamente. "Cuanto peor, mejor": tal parece ser el fondo de su pensamiento. La prensa china de las últimas semanas se ha cubierto de pasmosos relatos sobre las hazañas del "pensamiento de Mao", beneficioso en todos los terrenos: gracias a él los jugadores de ping pong son imbatibles, las gallinas ponen más huevos. Estos son —entresacados de la prensa china— algunos de sus más recientes milagros:
"El conductor principal de una locomotora conduce rápida y firmemente, Como resultado de haber estudiado los trabajos de Mao y considerarlos como la instrucción suprema. Conduce bien, aunque su locomotora sea una mercancía podrida que nos vendieron los revisionistas" (la URSS).
"En un hospital de Pekín, el promedio de recuperación de quemaduras aumentó hasta llegar al 95 por ciento. Este es el fruto de la aplicación del pensamiento de Mao en la práctica de la medicina."
"Los cocineros de cierta unidad del Ejército de Liberación levantaron en alto la roja bandera del pensamiento de Mao, y redujeron el tiempo que necesitaban para la cocción del arroz."
Todo esto parece una tontería inescrutable para los lectores occidentales, pero 17 años de incesante propaganda han promovido, quizá, una receptividad especial del pueblo chino para la idea embriagadora de que el futuro le reserva una misión sin par.
Día a día se le explica que hay un acuerdo profundo entre las dos mayores potencias del universo para destruir a China. La guerra en la frontera con Vietnam encauza los sentimientos agresivos hacia los blancos que vinieron del otro lado del mar; pero tanto o más virulenta es la campaña contra otros blancos que, apartándose de las enseñanzas de Marx y de la solidaridad proletaria, gozan de una economía consumidora en rápida expansión, una semana laboral más corta, vacaciones más largas.
Especialistas ingleses en asuntos chinos (que cuentan con la ventaja de una embajada propia en Pekín), creen que la decisión de lanzar esta campaña se adoptó a fines de 1965, en una reunión del Comité Central presidida excepcionalmente por Mao: en ella, o antes de ella, el secretario Teng Hsiao-ping y el Mariscal Lin Piao habían presentado quejas contra los intelectuales: entre ellos, el revisionismo estaba ganando terreno, y Peng Chen, alcalde de Pekín, debía aceptar su responsabilidad por ese hecho. Analistas norteamericanos suponen que Teng y Lin se incautaron de la "purga" para hacerla servir a sus propios fines: no para derrocar a Mao, pero sí para afianzarse cuando el Presidente Liu, a su vez, se reúna con sus antepasados.
Liu Shao-shi no durará, probablemente, mucho más que Mao, y está muy lejos de poseer su enorme encanto personal. "Él tendrá la capa del amo, pero le faltan sus hombros", escribió un viajero. Como él, Chou En-lai se mantiene relativamente al margen de la revolución cultural.
Teng es el que está más cerca del poder verdadero —sugiere un estudioso— porque hizo toda su carrera dedicado al partido en una sociedad dónde el partido es todopoderoso." Otra fuente señala, en cambio, al pálido y reservado soldado Lin Piao, que ganó sus espuelas luchando duramente con los japoneses, con Chiang Kai-shek, con la UN en Corea. Pasó mucho tiempo en los hospitales, por causa de la tuberculosis y de heridas recibidas en combates; luego de eclipsarse en 1950, volvió al Comité Central y al Politburó en el 8º Congreso (1958), y tres años más tarde sustituía en el Ministerio de Defensa al Mariscal Peng Teh-huai, quien cayó en desgracia por haber rogado a Mao que no rompiera con la URSS.
La supuesta alianza Teng-Lin combina, al menos sobre el papel, impresionantes cualidades, porque uno de ellos controla el Partido y otro el Ejército, los dos poderes fundamentales.
Uno de los sectores donde se aplica con mayor energía la nueva política es el de las escuelas. Por primera vez desde que se tiene memoria en China, la apertura otoñal, en las escuelas secundarias y en las Universidades, se ha demorado hasta Año Nuevo. El efecto práctico de esta medida es la pérdida de un año escolar para 14 millones de estudiantes, en una sociedad que necesita desesperadamente elevar su cultura general. Una enorme tarea se prepara; requiere nuevos maestros, textos y programas. También hay síntomas de que el Estado se apresta a educar tres o cuatro veces más colegiales que antes.
Hay también siniestros augurios sobre otro "gran salto hacia adelante", dirigido a un significativo aumento de la producción agrícola. La exposición de motivos es maoísmo puro: el único y grande recurso chino es el poder numérico, y si se decide que todo el pueblo desarrolle una tarea específica, la meta será lograda, siempre que se tengan debidamente en cuenta las teorías de Mao.
En Shangai, las colas para tomar el ómnibus mermaron, de pronto, en las horas de mayor actividad. Un occidental recientemente llegado a Hong Kong explicó la causa: "Cuando los negocios y oficinas cierran, se obliga a sus dirigentes a quedarse para escuchar interminables conferencias sobre las virtudes del maoísmo".
Desde el momento en que Mao y sus mandarines marxistas llegaron al poder en 1949, sus esfuerzos para convertir a China en una moderna sociedad industrial siguen una especie de ritmo cíclico, que por momentos evoca asombrosamente el de los intelectuales chinos en los antiguos días de los Emperadores: lo bueno deja paso a lo malo, luego lo malo a lo bueno y así sucesivamente. A cada período de represión ha seguido otro de descanso. Esta supuesto deja sitio para la esperanza de que, después de "La Gran Revolución Cultural Proletaria", sobrevendrá una era de gobierno moderado. Quizá haya un Kruschev chino escondido detrás de un biombo de seda en la Ciudad Prohibida; ¿podrá seguir allí hasta el momento propicio? Los dirigentes rusos que rodeaban a Stalin temían por sus cabezas; en China, antes que el terror físico, se aplica otro instrumento de poder tanto o más eficiente: el maoísmo.
Mientras no aparezcan otro liderazgo y otra doctrina, mientras China no acepte vivir en el mundo de la realidad, seguirá arrastrando sus problemas, tan viejos y tan turbios como las aguas del Yang-tse. * Copyright Newsweek, 1966.
Nadando
En mayo de 1956, después de nadar en el Yang-tse, Mao Tse-tung escribió este poema, que se titula
"Nadando":
Acabo de beber las aguas de Changsha
y de comer los peces de Wuchang;
ahora estoy cruzando el río de mil millas de largo,
mirando a lo lejos hacia el abierto cielo de Chu.
No me preocupa que el viento sople ni que las olas golpeen;
esto es mejor que vagar idílicamente por el jardín.
¡Hoy soy libre!
Fue a orillas de un río que el maestro Confucio dijo:
"Así fluye la Naturaleza entera".
Los mástiles se mueven con la brisa;
las colinas de la Tortuga y de la Serpiente están quietas.
Grandes planes se trazan:
un puente volará a través, para unir el Norte y el Sur,
un gran abismo se convertirá en una avenida.
Los muros de piedra se alzarán contra la corriente, al Oeste,
para contener las nubes y la lluvia del Monte Wu,
y las estrechas gargantas se convertirán en un lago.
La diosa de la montaña, si aún se encuentra allí,
se asombrará de ver su mundo tan cambiado.
Revista Primera Plana
9 de agosto de 1966
Magicasruinas.com.ar
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